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Directora de la Clínica Psicológica UDP dedica palabras en homenaje a Víctor Guerra

29 / 01 / 2018

“Víctor amaba la vida y de esa manera lo vamos a recordar”, fueron parte de las palabras de Albana Paganini en honor al psicoanalista uruguayo.

En el marco de la apertura de las Primeras Jornadas en Clínica Psicoanalítica con niños en Homenaje al psicoanalista uruguayo, Víctor Guerra, compartimos el discurso de la Directora de la Clínica Psicológica Albana Paganini.

“En la novela de Milan Kundera ‘La inmortalidad’, el autor menciona que Goethe no le temía a esa palabra. La inmortalidad de Goethe no refiere a la fe religiosa, se trata de la inmortalidad terrenal, de la de quienes permanecerán tras su muerte en la memoria de los otros.
Los recuerdos del hombre que conocimos, la trayectoria de su obra que siempre se recrea en la memoria compartida de todos nosotros, de todos aquellos que alguna vez fuimos convocados por la pasión de leer sus trabajos, o escuchar la fineza de sus comentarios en una supervisión.
Víctor entonces es inmortal, cada vez que leemos un texto suyo, cada vez que recordamos alguna idea o comentario suyo a propósito de nuestro trabajo. En mi caso cada vez que pienso en su bondad y generosidad para compartir su saber, en su amor por la literatura y en nuestras conversaciones sobre Felisberto Hernández, en su gusto por los asados, en ese toque tan uruguayo ‘vamos arriba que se puede’, que me lo decía cuando yo me quejaba de algún dolor mío. Víctor amaba la vida y de esa manera lo vamos a recordar.
Le gustaba contar con mucho placer que su formación de psicoanalista la aprendió en el boliche de su padre escuchando a los parroquianos. En un trabajo escrito en el año 2006 sobre el poeta Manoel Barros, Víctor escribe: ‘Y yo recordaba a algunos personajes del boliche de mi padre: al “Tano Julio”, el “Macho Herrera”, el “Diputado”, el “Gallego Francisco”, el “Flaco La Pantera” y otros. Personajes alegres, bulliciosos, vitales, pero a la vez patéticos, dolidos, desgraciados; partes de la extraña paleta de colores que puede convocar la tela del paisaje humano. Y ahora yo me pregunto, ¿no nos habrán servido a mi padre y a mí para “guardar nuestros abismos”? ¿Para dejar a buen recaudo los avatares del alma humana? ¿Y qué es lo que hace uno a veces escuchando, conviviendo con una porción del dolor de los pacientes? ¿Se encargarán a veces, ellos, de nuestros abismos?
Ahora que soy yo el que tiene un “boliche psicoanalítico”, ¿no los estaré invitando a celebrar el encuentro de las historias ocultas? ¿Nuevas versiones de sí mismo que se escriben, se borran y se vuelven a escribir en la trama del encuentro?’.
Celebro su delicadeza para pensar en un oficio que tiene que ver con el sufrimiento humano, el de nuestros pacientes y el propio, celebro la forma íntima del encuentro con otro en donde también de alguna manera escribimos nuestra historia. Otra gran amiga que acaba de fallecer, mi querida Francesca, siempre me decía, que, para dedicarse a este oficio, había que saber del sufrimiento, había que tener experiencia con eso, de lo contrario no se podía ser analista. Pero ojo, no se trata del sufrimiento en el sentido de la mortificación vana, se trata del sufrimiento que nos lanza a amar la vida, a apropiarse de ella hasta el último respiro, a no temerle y a hacer con ella algo que nos haga inmortales, que nos permita vivir en el recuerdo de los otros con amor y esperanza.
Hoy vamos a hablar de la pasión de Víctor“Y les hablé de mi pasión por estudiar otro enigma de la creación: cómo nace un ser humano a la comunicación y al pensamiento. Cómo un bebé comienza a crear un lenguaje corporal, lúdico y verbal, y cómo cuenta con el otro que lo auxilia lo sostiene, se agota y se deleita en ese proceso de creación. También comenté que esos procesos de creación primarios no se extinguen con el advenimiento de la razón, se pueden mantener ocultos, es espera, en latencia por años, y vuelven a encontrar su luz en un momento de crisis, de cambio, o cuando se tiene un hijo”, decía Víctor Guerra en “Homenaje a Félix y su familia”.

Muchas gracias,
Albana Paganini